¿Será porque nunca participó o asistió a Corrincho?
Seguramente.
Porque sino, hubiese encontrado todos y cada uno de los atributos que se le piden a la palabra escrita y leída.
Porque en la última edición del ciclo que pone la lupa sobre la novela inédita o en construcción si algo no faltó, fue esto:
Movimiento.
Energía.
Vitalidad.
El fuego se inició temprano, con un Leandro Ávalos Blacha (foto, abajo) tomando la fisonomía de Sergio Fombona por unas cuantas páginas.
No faltó lo escatológico. Mucho menos, la tensión y el gatillo inesperado que azota al público cuando la historia deja de ser sórdida para volverse, directamente, original.
Pausado y con el telón sonoro de los Rojo Estambul desplegándose a su espalda, Ávalos Blacha se internó por los pasillos de una historia sin medias palabras, y cargadas de imágenes que apuntan directamente al estómago.
Otra de Ávalos Blacha:
Minutos después, el mismo Fombona (foto, abajo) ajustó cuentas con un texto de Ávalos Blacha en el que las dualidades y los sentimientos se entremezclan en un drama donde se discuten roles, anhelos y obligaciones.
Una más de Fombona:
Preciso y siempre al punto, el escrito de Ávalos Blacha combina paradojas y desnuda disyuntivas casi párrafo a párrafo. Cuando se detuvo la primera oleada de lecturas, el aire se volvió Rojo Estambul.
Y hubo otro sonido.
Otra:
De vuelta al ruedo, Juan Guinot (foto, abajo) se hizo verbo entre las palabras, colores, olores y sabores que Gabriela Cabezón Cámara esculpió en un texto que no dudaba en gritar, casi independiente de autor y lector, ¡cumbia!
Más del exorcismo de Guinot:
Guinot primero mutó en acción. Voz y cuerpo. Luego decidió volverse letra. Y ahí fue el momento en que Gabriela Cabezón Cámara, casi un espíritu dominador de las ceremonias, se entremezcló entre línea y línea hasta apagar las voces.
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