Hogar dulce hogar.
Hay que preguntarle a los que desafiaron la penumbra y treparon los escalones. Se mimetizaron con los pasadizos de la casa.
Cruzaron los dedos cuando la primera lectura se hizo voz.
Y sólo se permitieron el respiro cuando alguien, un presente ya vuelto página escrita, corrección sobre la marcha, cadencia del final, anunció que el daño ya estaba hecho.
O el milagro. Quién sabe...
La versión ocho de Corrincho tuvo todo eso: crudeza urbana, amor, hambre de carne y pasión del abrazo, ilusiones sin fecha de vencimiento. Y tango. Berretín.
¿Para qué caer en lo impronunciable? ¿Y si esta vez dejamos que las imágenes se rompan tratando de volverse mil palabras?
Vamos a intentarlo.
Una primera aproximación a la magia: Ana Ojeda (foto, abajo). Transformada en Luis Mazzarello.
Ana Ojeda distrae la luz. Enciende.
Gonzalo Gálvez Romano (foto, abajo). Navega entre los párrafos de Ana Ojeda. Perdido, hasta volver con la memoria intacta.
Gálvez Romano, en otra instancia de vuelo.
Ezequiel Granado (foto, abajo), añade con su guitarra otro color sonoro a los textos que van comenzando a caminar.
El Pacha se alimenta de todos.
Luis Mazzarello (foto, abajo), extiende la noche entre las letras de Gonzalo Gálvez Romano.
Ezequiel Granado (foto, abajo), añade con su guitarra otro color sonoro a los textos que van comenzando a caminar.
El Pacha se alimenta de todos.
Luis Mazzarello (foto, abajo), extiende la noche entre las letras de Gonzalo Gálvez Romano.
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